29 abril, 2007

Septenario a la Virgen de la Soledad

Gracias al Historiador D. Antonio Sevillano Miralles, se rescató del olvido un cuadernillo de la Biblioteca Pública "Francisco Villaespesa». Editado el 31 de diciembre de 1879 -Imprenta del Comercio, calle de Marín, núm. 10- con el título: «Ilustre Hermandad del Santísimo Sacramento y Ntra. Sra. de los Dolores, establecida en la Iglesia Parroquial de Santiago de ésta Ciudad, por Bula de 1.º de Abril de 1772.-Sumario de Indulgencias concedidas a esta Congregación; Extracto de las Constituciones por que se rige; Obligaciones de los Cofrades y lista de los individuos de que se componían a 31 de Diciembre de 1879».

En el art. 9.º) de las Constituciones podemos leer: «En los días acostumbrados (Cuaresma), ha de celebrarse el Septenario de Nuestra Señora, según se determinó el 1.º de marzo de 1829 (Reformas), en vez de la antigua Novena, puesto que el objeto es la contemplación de los Siete Dolores (…) En el Viernes Septem Dolorum se celebrará misa cantada, con Manifiesto y todas las demás solemnidades posibles, costeadas por la hermandad». Así que podemos fijar el año 1829 como el primero en el que se celebró este tradicional Septenario.

El sábado anterior al Sábado de Pasión comienza el tradicional Septenario a Nuestra Señora de los Dolores, principal culto que desde antiguo celebra la Hermandad en su honor y que culmina el Viernes de Dolores.

A las 19.30 horas tiene lugar el rezo del Santo Rosario y a las 20.00 horas la Santa Misa. La predicación de la Palabra lleva varios años siendo realizada por nuestro Consiliario Rvdo. P. Francisco José Escámez Mañas.

Cada día los Cultos son aplicados por la Hermandad, por los feligreses de nuestra Parroquia, por los difuntos de la Hermandad, por las intenciones de nuestro Consiliario, por las vocaciones, por la paz en el mundo y por los nuevos hermanos, respectivamente.

Como se viene haciendo desde hace bastantes años, la Virgen es expuesta en el Altar Mayor de la Iglesia.

El último día del Septenario, Viernes de Dolores, después de la Santa Misa, se imponen las medallas a los nuevos hermanos, se realiza algún homenaje a algún hermano y, desde el año 2006, se coloca la Virgen en Besamanos en el umbral de su capilla. De este modo, en este señalado día se puede ver de cerca y besar sus manos a lo largo de todo el día y, especialmente, al finalizar la Eucaristía con la que concluye el Solemne Septenario.







XV Exaltación a Nuestra Señora de los Dolores

Imaginemos una tarde cualquiera en una casa de Nazareth

Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam

Imaginemos una tarde cualquiera en una casa de Nazareth. La joven madre se mueve entre las diferentes ocupaciones y exigencias del hogar. Seguramente musita casi en silencio un verso de los salmos o de alguno de los profetas, porque de niña había aprendido a memorizar la Sagrada Escritura. Quizás su esposo ha vuelto del banco de la carpintería porque la luz se vuelve cada minuto más tenue. Ella transita del horno donde se cuece el pan a la mesa aún no servida, pero sus ojos, casi de soslayo, no pierden de vista al niño que juega con una figura tallada con habilidad por su padre.

Para María, la relación con el Misterio que ha hecho el mundo, que hace salir el sol cada día y que Israel aprendió a conocer a través de su larga historia, consistía en la relación cotidiana con aquel niño. Todo (su preocupación por José, la belleza del atardecer, el dinero que escaseaba, o los rumores sobre un nuevo Gobernador de Judea) cobraba en su conciencia una sorprendente unidad; todo le remitía misteriosamente a aquel niño, que aparentemente era como todos los demás, y sin embargo, ella lo sabía, portaba consigo el significado del mundo.

Dios ha manifestado su amor al hombre, su misericordia sobreabundante, eligiendo un punto concreto en la marea de la historia: la humanidad de una jovencita hebrea que a los ojos del mundo podría parecer nada. María es bien consciente de esta elección gratuita: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. E intuye que esta elección está en función del designio de Dios para el mundo: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Así pues, en María resplandece sin posibilidad de confusión, la naturaleza del cristianismo: Dios, se comunica al hombre a través de lo humano; ha pedido a aquella joven hebrea que acoja en su corazón (es decir, en su libertad y en su conciencia) y en su carne, su iniciativa completamente inesperada: hacerse uno de nosotros, para ser reconocido y amado.

A través del sí total y sin reservas que María ofrece a la iniciativa de Dios, se ha introducido un protagonista nuevo en la historia del mundo. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nacido de esta mujer, es el origen de una humanidad nueva, que a través del Bautismo se comunica a cada uno de los que le reconocen y desean seguirle.

Permitidme ahora, que contemplando a María, casi de su mano, contemplemos los rasgos fundamentales de la personalidad cristiana y recorramos el camino de su gestación, con el acento particular con que yo he sido educado en mi propio camino

Cristo es la respuesta a la sed del corazón del hombre

Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador… porque ha mirado la humillación de su esclava”. El corazón del hombre está definido por una sed que no se sacia con los bienes de este mundo. Está hecho para el Infinito, y como decía San Agustín, estará inquieto hasta que descanse en Él. Dentro del gran curso de la historia de Israel, María mantenía despierto su corazón, su deseo de una verdad, de una justicia, y de una belleza total, de las cuales las criaturas son signo. El diálogo de María con el Ángel es la imagen perfecta del diálogo dramático del corazón del hombre con el Misterio: yo no sé cómo vas a responder a mi necesidad, no puedo establecer yo la forma, pero que se haga en mí según tu Palabra, pues sólo Tú, Señor, puedes saciarme.

María no sabía la forma (¿cómo va a ser eso?) y sin embargo se fía. Su disponibilidad confiada a la iniciativa de Dios, obtiene como respuesta algo imprevisto: concebirás y darás a luz a un Hijo, que será llamado Hijo del Altísimo. El anuncio de la Salvación del mundo coincide con el anuncio de que Dios responde a la exigencia humana de María: “ha mirado la humillación de su esclava”. Veinte siglos después, los hombres y mujeres de nuestro tiempo tomarán en serio la propuesta cristiana, si la perciben como la respuesta plena al grito de su necesidad humana. Para acoger a Cristo, es necesario que nuestra humanidad (conciencia y afecto, razón y libertad) esté viva, como en María, de modo que acogida coincida con la exaltación de nuestro yo.

La relación con Cristo tiene la forma de un encuentro que cambia la vida.

María nos muestra claramente que la relación con Jesús no consiste en una proyección de nuestras ideas o sentimientos, sino en un encuentro humano que tiene lugar dentro de las circunstancias de la vida: el comer y el beber, el trabajo y la relación con los vecinos, la enfermedad y la fiesta, la intimidad del hogar o la plaza pública. Para ella, la relación con Jesús no estaba al margen de todas estas situaciones: por el contrario, era ahí, dentro del tejido de las circunstancias cotidianas, donde se manifestaba la excepcionalidad de esa relación, donde se comenzaba a desvelar el misterio de aquel niño, de aquel joven, de aquel hombre, que portaba consigo el significado del mundo. Este encuentro cotidiano con Jesús da forma a la personalidad de María, cambia su mentalidad, se convierte en el punto de vista, en el criterio para valorarlo todo.

La memoria, conciencia viva del acontecimiento de Cristo

Y María guardaba estas cosas en su corazón”. Cuando llegaba la noche, el contenido de la conciencia de María estaría tejido de los gestos y las palabras de Jesús; ella hacía memoria, “re-cordaba”, volvía a hacer suyo en el corazón (el núcleo de lo humano) cuanto había visto y oído, poniéndolo en relación con sus propias preocupaciones. Hacer memoria de Cristo, para nosotros como para ella, significa tomar conciencia en el momento presente, de los hechos que el Señor ha realizado ya en nuestra vida: “porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Toda personalidad cristiana se genera en la memoria de Cristo (testimonio de los santos, Sagrada Escritura, Liturgia), y esta memoria no se alimenta de un discurso, sino de hechos que han sucedido. En la existencia de María comprendemos que el cristianismo es un acontecimiento de vida, no un discurso, una doctrina o un conjunto de reglas morales.

La pertenencia a Cristo se vive en el pueblo de la Iglesia

Virgen Madre, hija de tu Hijo”, cantaba Dante en su Himno a la Virgen. Ella, cuyo seno había sido la morada del Misterio, se hizo hija de aquel Hijo, fue generada de nuevo por la relación con Él. Esta generación de la personalidad cristiana, producida por el encuentro con Cristo, reconocido y acogido libremente, se desarrolla en unas coordenadas de espacio y de tiempo, en un lugar histórico que es la Iglesia: su Cuerpo prolongado y extendido, como decían los Padres. Por eso la casa de Nazaret es la primera concreción de la Iglesia. Y La Iglesia es el espacio donde se genera hoy la personalidad cristiana. Sólo el vínculo existencial con esta comunión que Dios crea en la historia por el don del Espíritu Santo, permite la gestación de la humanidad nueva del cristiano. Sería inútil “aprender” un discurso cristiano y adherirse a un conjunto de valores morales, si esto no sucede dentro del acontecer de una relación viva con la Iglesia.

Nace una moralidad nueva

Haced lo que Él os diga”. El encuentro con Cristo vivido en el hogar de la Iglesia, da lugar a un nuevo criterio, a una mirada distinta sobre las cosas. Para el cristiano, la moralidad nace de este apego a Cristo, presencia familiar amorosamente reconocida. También María cambió su forma de acoger a José cuando retornaba a casa cada día, su forma de contemplar el cielo cuajado de estrellas, o de vivir el cansancio. Cambió por la presencia y la relación con su hijo Jesús: en adelante, ya no serían sus intuiciones, ni su análisis de las cosas, ni siquiera la tradición heredada de sus padres, los que definirían su postura ante la vida, sino la relación con Él.

También para nosotros hoy, la moralidad nace del amor a Cristo: no es la plena coherencia con un esquema de valores, sino el apego y la simpatía total a la persona de Cristo viviente en su Iglesia. Podemos caer, olvidarnos e incluso traicionar, igual que San Pedro, pero lo que define nuestra vida cristiana es que finalmente prevalece aquel mismo “sí” de San Pedro: sí Señor, soy sólo un pobre hombre, pero Tú sabes que te quiero. Y así nuestra vida no está definida por una medida de nuestra perfección moral, sino por una adhesión incondicional a Su presencia. Es eso lo que nos hace imparables, y no nuestros planes o nuestros buenos propósitos.

Caridad, cultura, y misión

El cristianismo es un ímpetu de caridad, es la participación en un torrente de vida que la Encarnación del Verbo ha introducido en la historia. Para María no se trataba de seguir unas reglas sino de aceptar involucrarse en la iniciativa de Dios: “hágase en mí según tu Palabra”. Este ímpetu de caridad que el Espíritu Santo ha introducido en el mundo a través de María (Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam, es una invocación de la tradición cristiana que yo he aprendido a decir cada mañana) ha generado como fruto elocuente un pueblo nuevo, una comunión que no nace ni de la carne ni de la sangre; este pueblo, su mera existencia como tal, es el signo más claro de la victoria de Cristo.

Es de aquí, de donde deriva toda la novedad, porque la caridad, este modo de relacionarnos con todo que el Padre nos ha enseñado a través de Jesús, es la matriz de una cultura nueva, de una civilización cuyo centro es la persona, creada a imagen y semejanza de Dios y dotada por tanto de un valor sagrado e inviolable. Sólo el cristianismo ha intentado, a través de formas siempre parciales y aproximadas, construir la ciudad del hombre, la convivencia social, según estos parámetros. Ese ímpetu de caridad el que nos mueve también a llegar hasta los confines del mundo, para ofrecer a todos el bien que hemos encontrado. Porque para el cristiano, dar testimonio de la fe es la tarea de la vida.

Un camino educativo que dura toda la vida

Para concluir este recorrido por los rasgos fundamentales de la personalidad cristiana, que María ha encarnado del modo más perfecto y total, es preciso subrayar que el cristianismo es una educación continua de nuestra persona. La Virgen experimentó esta educación, primero en el trato familiar y cotidiano con Jesús, en el hogar de Nazareth, siguiéndole en su vida pública y en el momento supremo de la cruz; y después dentro de la primera comunidad cristiana, donde la vemos reunida junto a los apóstoles. Creo Señor, pero aumenta mi fe: esa es la petición más sencilla y razonable de cualquiera que se ha encontrado con Él. Todo el camino de la Iglesia, con su tejido de sugerencias y reclamos, se ordena a esta educación de nuestra persona, pues como recordaba recientemente Benedicto XVI, ella es “el verdadero sujeto de la fe”. Por eso la Iglesia es (¡debe ser!, porque para eso hemos sido injertados en ella por el Bautismo) una compañía real y cotidiana para nuestra vida: una figura carnal y experimentable, que nos abraza y nos corrige, que nos mueve continuamente a cambiar de mentalidad, que nos impulsa a remar mar adentro de las circunstancias y de la historia que nos toca vivir, para hacer presente allí, donde bullen las esperanzas y las angustias de los hombres, la novedad de una vida cambiada por el encuentro con Jesucristo.

La fe es la sustancia de la esperanza

En su maravillosa encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI nos recuerda que la fe cristiana es la sustancia de la esperanza, porque nos permite esperar la vida bienaventurada, la felicidad plena, a partir de un presente ya entregado. Jesucristo muerto y resucitado, presente en el cuerpo de la Iglesia, es el fundamento de nuestra esperanza, y nos permite gustar ya aquí, como en anticipo, los bienes que nos promete para la eternidad. El reino de Dios no es un más allá imaginario, sino que está presente allí donde su amor nos alcanza (SS. 31)

Nuestra vida, dice Benedicto XVI, es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso; necesitamos estrellas que nos ayuden a encontrar el camino justo. Personas que reflejen en sus vidas la luz de Jesucristo, que brilla sobre todas las posibles tinieblas de la historia.

Y entre todos los que han acercado y acercan esa luz a nuestras vidas, ¿quién mejor que María, que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo?

Por eso la invocamos esta noche:

Virgen de la Soledad, que al pie de la cruz experimentaste el terrible dolor de contemplar a tu Hijo destrozado; tú que sentiste la desolación y te asomaste en esas horas al abismo de la desesperanza, acércate a los hombres y mujeres que hoy padecen el vacío y la frustración de una vida sin sentido. Tú, que volviste a escuchar en esa hora la palabra del Ángel, “no temas María”, haznos presente siempre en las horas oscuras la luz de tu Hijo resucitado.

Precisamente porque dijiste sí al anuncio misterioso de tu Dios, porque aceptaste su Palabra y la seguiste, recibiste al pie de la cruz la tarea de una nueva maternidad que abarca los confines del mundo. Por eso eres para cada uno de nosotros, en nuestra personal travesía, fuente viva de esperanza.

Hoy te pedimos por esta preciosa ciudad de Almería que te venera especialmente bajo la advocación de la soledad. Te pedimos por sus familias para que se mantengan unidas en la alegría que sólo tu Hijo puede dar. Te pedimos por sus jóvenes, para que no cedan a la tentación del escepticismo y de la violencia, y abran su razón y su corazón al encuentro con Jesús, presente en la Iglesia. Te pedimos por los ancianos, para que sientan la compañía constante de una comunidad que les anuncia la esperanza que no defrauda. Te pedimos por sus autoridades, para que sean solícitas en velar por el bien común y conscientes de los límites del poder, que debe estar siempre al servicio de la dignidad y la libertad de toda persona.

Como nos recordó bellamente Benedicto XVI desde el balcón de San Pedro, el día de su elección, María siempre está de nuestra parte: que Ella nos obtenga a todos de su Hijo el don de la fe, que es victoria sobre cualquier oscuridad, y el gozo de la unidad, que es espectáculo y esperanza para el mundo. Gracias.

Almería, 8 de marzo de 2008

José Luis Restán
Periodista


Besamanos de la Virgen de la Soledad

En la festividad de Nuestra Señora de los Dolores, que se celebra el 15 de septiembre, tiene lugar su Solemne Besamanos, ininterrumpidamente desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, culminando con la Eucaristía y canto de la Salve. Así, podemos besar sus manos y disfrutar de su cercana presencia durante ese día en el umbral de su capilla, ornamentada para la celebración.





Viernes de Dolores

Desde la Hermandad de la Soledad se ha planteado este año recuperar la tradición de su día, del día de Ntra Sra de los Dolores, del llamado Viernes de Dolores, de un día de reunión para todos los hermanos de Soledad y de Almería en torno a Ella. Que volviera a ser un día especial, para todos, casi como un Viernes Santo y, así lo vivimos y pudimos contemplarlo en las caras de la gente, sobre todo de los mayores, asombrados como lucía ese día, La Soledad. Soledad volvía a estar presente... Se planteó para ello, que Santiago luciera para Ella, que estuviera abierta a todos, para que pudieran acercarse a rezarle y a besarle, en este día de luto, presentando Ella, una imagen distinta a la habitual, de riguroso luto, solamente distraía la mirada, su diadema, aquella que tuvieron a bien donar unos Marqueses, llamados de Torrealta, allá por 1856, dónde nada pudiera competir con su belleza, acompañada en un segundo plano por San Juan y María Magdalena al pie de la Cruz, representándose el quinto dolor (María al pie de la cruz en la muerte de Jesús. María presencia la crucifixión y muerte de Jesús. “Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.”), creándose una escenografía.

El día fue una sucesión de gente que entraba y salía de Santiago maravillados por su belleza, no me gustaría olvidar las palabras de cariño y admiración hacia Ella, que tuvo nuestra querida Berna durante el Rezo del Ángelus a las doce de la mañana. Posteriormente fue avanzando el día con el rumor en la gente de que esa noche la Soledad salía a la calle, que salía a su barrio y que se uniría por momentos con aquel Sagrado Corazón que contempla y domina Almería. La misa de ocho estaba a rebosar, hacía años que un Viernes de Dolores no se congregaba tantísima gente, daba gusto ver, de nuevo, caras conocidas, sin duda, La Soledad volvía a estar presente...Aquellas personas que recibieron su medalla ese día, seguramente no lo olviden. Se produjo la Adoración al Santísimo, como Hermandad Sacramental que somos... Todo estaba dispuesto, parecía Viernes Santo, el silencio inundó Santiago, sólo los sones de la música de capilla nos acompañaba, Ella se dirigía a sus andas, y el pueblo como ocurriría una Semana más tarde la esperaba...La Soledad salía...Durante el recorrido se fueron sucediendo acontecimientos, aunque, sin duda, para todos los hermanos de Soledad, fue especial uno, se visitaba la casa de Pepe y Elidia, Ella se acercaba a su casa, una casa como la de tantos, en la que es protagonista, pero faltaban ellos, meses antes nos habían abandonado, aunque como angelitos soleanos que son, ese día estaban orgullosos, de ver a su familia en torno a Ella. Siguió su camino para encontrarse con Almería, para contemplarla desde las alturas, buscando seguro poner remedio e interceder por cada uno de nosotros. Almería la acompañaba, había mucha gente, mucha que por primera vez subía al Cerro, Ella había sido capaz de ello. El día se estaba acabando, pero todavía quedaba que bendijera esa casa donde sus hijos nos reunimos y donde sólo Ella y San Juan son los protagonistas. Así se hizo, La Soledad había pasado por su casa que estaba completamente abierta para Ella y para todos, como ha de ser, núcleo social que vertebre la vida del barrio. La Soledad volvía a Santiago, y se despedía de esas calles que una semana después volverían a ser suyas.

Sin más, desde la Hermandad de la Soledad se quiere continuar con esta tendencia y este camino, que no es otro, recuperar el terreno cedido y, que sea la madre y maestra de la Semana Santa de Almería.

Onomástica de San Juan

El 27 de diciembre, con motivo de su festividad, se celebra Eucaristía en honor de San Juan Evangelista, cotitular de la Hermandad. Ese día se traslada su imagen al presbiterio de la iglesia, preparado con dosel y exorno muy refinado, del agrado de todos los asistentes. A su finalización tiene lugar una alegre convivencia navideña en el salón parroquial.

Misa de Hermandad

Durante todo el año, los primeros sábados de mes se celebra en nuestra Sede Canónica, la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, a las 20.00 horas, la Misa de Hermandad, que finaliza con el canto de una Salve en su honor.
Se recuerda a todos los Hermanos de la Soledad que hay obligación de asistir a este culto, el cual, además, sirve para unir más a todos los Cofrades y poder vernos por lo menos una vez al mes.